VIGILIAS
VIGILIAS
Toni Cucala
La cultura es parte esencial en el desarrollo personal y colectivo. Un pueblo culto es un pueblo que abraza el conocimiento y adquiere una dimensión transcendental en todos los ámbitos del crecimiento humano. La cultura fomenta la creatividad, y la creatividad se ha convertido en el impulsor de la innovación y el emprendimiento.
El conocimiento a través de la cultura, completa al ser humano y le dota de pensamiento crítico. La búsqueda de la belleza, el placer intelectual y estético en todos los campos que desarrolla el individuo y en todas las manifestaciones colectivas, encuentra en el potencial cultural y creativo su máxima expresión.

 

Presentación
El Espacio de Arte contemporáneo “El Castell” nace con el propósito de ser, lugar de encuentro de la cultura las artes y el hombre del siglo XXI. Un espacio singular para albergar propuestas culturales singulares. Un lugar de diálogo y creación artística. Un espacio de experimentación.
Pretendemos que este nuevo proyecto que iniciamos desde el Ayuntamiento, se convierta en referencia nacional e internacional por la coherencia y la proyección de todas sus actividades culturales.
“Vigilias” es el titulo de la magnifica exposición que presenta el artista Toni Cucala, profesor de la facultad de Bellas Artes de Valencia, y el resultado del último año y medio de trabajo. El proyecto cuenta con un prestigioso Consejo Asesor, el cual marcará a partir de ahora, las directrices a seguir en las propuestas que se desarrollen dentro del Espacio de Arte Contemporáneo “El Castell”. Y todo ello con el propósito de ofrecer a nuestro vecinos y visitantes, una oferta cultural de primer orden, con iniciativas coherentes y representativas de creadores Valencianos y de todas las autonomías. Una experiencia única para comprender, participar y disfrutar del Arte.

 

El cuadro, vigilia de la pintura
Ricardo Forriols
Universitat Politècnica de València
Una imagen nos tuvo cautivos.
Ludwig Wittgenstein, Diarios secretos
Cada vez me resulta más evidente que la pintura es lo que cabe en un cuadro —citando a mi amigo el Dr. José Galindo, que a su vez siempre dice citar de memoria a John Berger. La pintura es lo que cabe en un cuadro, me repito, sin haber podido encontrar todavía el pasaje original del que procede este comentario aforístico, recordando lo que comentaba Edgar Degas en las sobremesas nocturnas sobre el cuadro —y que a su vez citaba su amigo Paul Valéry—, que «es el resultado de una serie de operaciones.»1 La pintura es lo que cabe en un cuadro, que es el resultado de una serie de operaciones.
A estas dos ideas suelo contraponer la definición fetiche que lanzó Maurice Denis cuando dijo que «un cuadro —antes que un caballo de batalla, una mujer desnuda o cualquier otra anécdota— es esencialmente una superficie plana recubierta de colores asociados según un orden determinado.» Un cuadro, digamos, es el resultado de una serie de operaciones con pintura sobre su superficie plana.
Pero, entonces, nos preguntamos con Harold Rosenberg: «¿Qué es un cuadro si no es un objeto, ni la representación de un objeto, ni el análisis o el sello de uno, ni ninguna otra cosa que haya sido antes un cuadro —y que también ha dejado de ser el emblema de una lucha personal? Es el pintor mismo convertido en un fantasma que habita El Mundo del Arte.» Para Rosenberg, el cuadro se convertía a mediados del siglo pasado en un acontecimiento. Ese acontecimiento tiene lugar en el espacio y en el tiempo, en un momento concreto que quizás pudiera revivirse a través de la contemplación del resultado pero que sólo tiene sentido, su primer sentido, en las operaciones del pintor a través de la pintura sobre la superficie plana del cuadro.

 

«Pero, ¿qué queda de una obra de arte si se le priva de su forma?» , añadía Milan Kundera. ¿Qué sucede si la superficie plana del cuadro deja de corresponderse con la idea de cuadro, su tradición? ¿Cuánto podemos quitarle al cuadro y que siga siendo cuadro, nuestra mejor mesa de operaciones? Podemos maltratar su superficie, deformarla; podemos recortarla, insistir en su carácter objetual como soporte; podemos… Al final, la pintura, que es una necesidad —como el arte le parecía la expresión de una necesidad a Samuel Beckett—, es el hacerse visible como tal —y ahora soy yo quien parafrasea de memoria a Hegel en sus Lecciones sobre la filosofía del arte—; y lo que se hace visible y se imagina al darle forma sobre la superficie es la propia pintura que sucede y aparece como en una mandorla: esa concha almendrada que circunda imágenes, las enmarca y les da entidad, soporte, como el cuadro. La mandorla es la forma que surge cuando dos círculos del mismo radio se intersectan entre sus centros y dan pie a la vesica piscis (vejiga de pez), una representación utilizada desde la Antigüedad y que el cristianismo habilitó en el medievo como símbolo de paso entre dos estados, dos mundos. También para hacer aparecer —es decir, hacer visible: imaginar— en su seno la figura de Cristo en Majestad (Pantocrátor) u otras imágenes como la de la Virgen o algún santo.
Este óvalo apuntado, gótico, que es la “almendra mística” se convierte en un elemento transicional que posibilita la aparición y a la vez la enmarca como fondo indefinido subrayando su diferencia, su autonomía. Y es, por decirlo de otro modo, uno de los posibles orígenes del cuadro al independizarse de una composición y desgajarse del muro para convertirse en soporte y superficie portátil en su tránsito hacia el plano de representación de la imagen autónoma. Pero, ¿qué ocurre si la mandorla se vacía de cualquier imagen inscrita y se muestra en su desnudez, sólo su forma esencial? ¿Qué media si esa forma se presenta tal cual, como puerta y soporte para la aparición? ¿Qué sucede si lo único que aparece es ella misma, superficie y color y, por tanto, efectos de luz: absorción, reflejo y transparencia? Sucede que esta forma simbólica se concentra en sí misma y se abstrae de la realidad, más todavía, en su vigilia hacia la verdad del cuadro y de la pintura.