NO SOLO MIRES.ESCUCHA
NO SOLO MIRES. 
ESCUCHA
Pepe Gimeno
Los residuos “inútiles” que generamos día a día, en parte son reciclados por el sistema, pero gran parte de esos residuos son abandonados en lugares a veces insospechados, por parte de personas inconscientes o faltas de escrúpulos. Existen varias “islas” de residuos flotando en el mar, vertederos incontrolados que producen enormes daños a la flora y la fauna, a los ríos y a los océanos. Parte de esos residuos tirados al mar o abandonados por doquier, son el “alfabeto” con el cual el artista Pepe Gimeno reescribe poéticamente los textos que abordan parte de su obra, realizando una suerte de transformación de lo simple y obsoleto en “grafía callada”, abriendo ante nosotros un imaginario descriptivo de gran belleza que evoca una nueva lectura a través de los párrafos contenidos en cada una de sus obras.

 

La plasticidad a modo de partitura
de Pepe Gimeno
Salva Torres
En el principio fue el verbo, dice el Génesis. Sin embargo, hasta llegar a él, lo primero con que nos encontramos al nacer es con la imagen de vernos suspendidos en el aire sin saber a qué viene tanto llanto. De manera que el lenguaje al que accedemos como seres del mismo, se halla conformado por una parte visual y otra hablada y posteriormente escrita; una parte imaginaria, de poderosa seducción icónica, y otra semiótica integrada por un conjunto más frío de signos. Y entre lo visual y la palabra hablada no han dejado de establecerse pugnas destinadas a mostrar sus luces y sombras. Por ejemplo, Quevedo, cuando alude a lo maligno de la imagen: “Sábese que ha habido muchos filósofos y anacoretas que, para vivir en castidad, se sacaban los ojos de la cara, porque comúnmente ellos y los buenos cristianos los llamaban ventanas del alma, por donde ella bebe el veneno de los vicios”. Freud, tirando de ese hilo, alertó del peligro que encierra lo visual, señalando al ojo como una zona fuertemente erógena ligada al voyeurismo. Por el contrario, el espíritu romántico, que fluye a lo largo del tiempo adoptando diversas formas, ve en la razón, en tanto ratio o facultad calculadora, la causante de la mecanización del hombre, proponiendo lo que llegó a convertirse en el grito de rebeldía por antonomasia: la imaginación al poder. Ese doble estatuto del lenguaje, inextricablemente compuesto de imágenes y signos, es el que habitamos los seres humanos. Imágenes y signos que, hora es de decirlo, suelen ir asociados a determinados referentes, ya sea porque la imagen remite a cierto objeto al que viene a representar o porque el signo indica, por convención, aquello que nombra.
Pero, ¿qué ocurre cuando algo se produce sin que exista un significado previo o un referente externo? Nos referimos, por ejemplo, a la música, tantas veces ligada a la abstracción plástica. Valga este largo rodeo para situarnos frente a la obra de Pepe Gimeno. Está compuesta de imágenes, ya sean dibujos, pinturas o esculturas, y de signos, que unas veces adoptan la forma de lo que el propio artista ha denominado “grafías calladas” y otras la cadencia de simples gestos. Imágenes y signos a los que tenemos serias dificultades para encontrar un referente preciso y una significación concreta. Y, sin embargo, en tanto son utilizados por el artista para dar forma a la inquietud que bulle por dentro, evocan situaciones ligadas a estados de ánimo cuyo rastro viene de muy lejos. Ese rastro, diríase prelingüístico, es el que no deja de representar o volver a presentar de cientos de maneras Pepe Gimeno.
“Hablo constantemente del signo, de la representación”, explica quien ultima la exposición que a modo de antológica le dedica el Espai d’Art Contemporani ‘El Castell’ (E CA) de Riba-roja del Túria, lugar ya emblemático del que ha sido a su vez autor de la marca que lo distingue (con ese espacio entre la E y la C). Y lo hace, utilizando sus propias palabras, “desmontando el lenguaje, rompiéndolo como hace [Quentin] Tarantino en sus películas”. Troceamiento que viene propiciado por la forma en que tiene, valga la paradoja, de elaborar su obra, a base de materiales de desecho que va encontrando durante sus paseos por la playa de Oliva, en  Valencia.

 

“Debo de tener el síndrome de Diógenes”, dice. Con toda esa basura que recoge, monta después sus esculturas, tejidas con alambres, maderas, hierros, plásticos y diversos restos vegetales y orgánicos. Estructuras a las que pone títulos tan sugerentes como ‘El ego’ (tan vertical y altanero como cogido, se podría decir de modo casi literal, con alambres) o ‘El extranjero’ (cuyo sutil color en una de las piezas verticales blancas que integran la escultura remarca esa diferencia de lo extraño). Estructuras que, pese a carecer de un referente concreto, transmiten, mediante la sutil combinatoria de sus elementos, sensaciones asociadas con estados de ánimo para los cuales no tenemos palabras, pero sí un repertorio de indicios provocados por la contemplación de la propia obra de arte.
Esta recopilación de materiales que la playa acoge como escupidos por la bravura del mar, es también luego objeto de otra vuelta de tuerca en el trabajo de Pepe Gimeno. “Me preguntaba si podría trasladar los conceptos que contienen estas estructuras tridimensionales, a las dos dimensiones”. Y la pregunta tiene su respuesta en lo que ha llamado “expresión” de esa otra representación estructural. Expresión ligada a otra práctica pictórica desarrollada con anterioridad por el artista en forma de experiencia gestual, cerrándose así cierto círculo de la trayectoria artística, de la que ahora se hace eco el E CA, valga la cacofonía. “El gesto de mis dibujos automáticos me llevó a interesarme por las estructuras. Las estructuras narrativas de mis esculturas me llevaron a la búsqueda de la expresión, y el desarrollo de esa expresión, me devolvió de nuevo al gesto”. Esta circularidad de su trabajo entronca con esos otros tres momentos de su ‘Grafía Callada’, del ‘Diario de un náufrago’ y del ‘Manifiesto emocional’, dondeGimeno, abandonando la imagen, se centra en los signos, para con ellos elaborar otro tipo de imágenes más propias de la partitura musical que de lo visual en sentido estricto.
O por decirlo de otra manera: extrae sonido de esa partitura jugando con unos signos desprovistos de significación. No hay solfeo, pero las notas inventadas suenan por igual.
“En el fondo son piezas musicales que se pueden leer como partituras”, subraya Gimeno, quien afirma jugar entre la obra plástica y la obra gráfica. “Cojo formalmente los signos, pero sin que respondan a nada; juego con la simulación”. Y lo que simula es que allí donde nada tiene sentido, porque no hay referente ni significado que valgan, empieza a emerger alguno por la vía de los sentidos. Es decir, que sintiendo, esta vez de verdad, sin simulacros, se puede llegar al núcleo de la experiencia a la que nos convoca la obra de Pepe Gimeno. Núcleo que tiene que ver con esa necesidad de ceñir a base de gestos, estructuras y expresiones lo ininteligible del ser: ese canto de las sirenas que, como los desechos que llegan a la playa de Oliva, cautivó a Ulises. Llegados a este punto de rima entre Ulises y Gimeno, conviene recordar la primacía que da Wittgenstein al régimen visual sobre el del pensamiento, llevándole a lanzar aquello de: “¡No pienses, sino mira!” Sabedor de que en la imagen hay un poder de seducción muy superior al del concepto, el filósofo vienés recomendaba centrarse en la imagen para extraer de ella la verdad que el pensamiento tiende a ocultar. Verdad, en el caso del canto mítico, ligada al sonido proveniente de las sirenas, en tanto encarnación de lo orgánico más primigenio.

 

Pepe Gimeno, al igual que Ulises, se hace cargo de los elementos naturales que atrapan nuestra mirada, para construir una imagen que vaya más allá de la seducción imaginaria letal, por cuanto remite al abrazo con esa totalidad que representa la madre naturaleza. Y lo hace de la única forma posible: apelando a la función poética del lenguaje. Libre de sus ataduras pragmáticas, el lenguaje poético indaga en el sonido que destilan las imágenes y los signos sin necesidad de quedar encerrado en ellos.
Por eso, invirtiendo lo dicho por Wittgenstein, en el caso de la obra de Pepe Gimeno conviene exclamar: “¡No mires, simplemente escucha!” Escucha, tras el parto de los gestos, lo depositado en esas partituras que son sus esculturas, dibujos y pinturas. Trozos sueltos que el artista unas veces arranca de sí, mediante el acto de escritura automática ya empleado por los surrealistas, y otras se limita a organizar tras tomarlos prestados de la naturaleza. “Igual que el poeta, que los coge y da sentido”, afirma el propio autor.
De esa pintura gestual (“lo que te sale del hígado”), Gimeno pasa a esas otras obras más estructuradas, organizadas, en las que sin actuar sobre los elementos, porque estos le vienen dados, se mantiene a su escucha para que el diálogo entre ellos fluya. Eso mismo parece pedirle al espectador: que haga suyas las imágenes y los signos, los trocee como quiera y los vuelva a ordenar en función de su propio pálpito, aunque sin duda sea su partitura la que dé pie al sonido que evoca ciertos estados de ánimo. “Me gusta sugerir cosas para que sea el espectador quien complete la obra”.
A Pepe Gimeno su doble condición de diseñador gráfico y artista plástico le permite navegar entre dos aguas, de las que extrae sonidos distintos que encajan perfectamente en su ya dilatada trayectoria profesional. “En el diseño, tienes que dar en la diana, mientras que en lo plástico, tiras y luego creas alrededor del punto dado”. Diseño y obra plástica, al igual que imagen y signos, conviven en el lenguaje creativo de Pepe Gimeno, dando lugar a un fértil encuentro de posibilidades expresivas.

 

El propio artista, refiriéndose a su obra ‘Universos segregados’, dice: “Dos universos que se necesitan, se influyen, se relacionan y que se ven obligados a convivir a pesar de sus tormentosas relaciones. Un buen modelo para repensar las relaciones humanas”. Es esa tormentosa relación entre el gesto que sale automáticamente de las entrañas y lo que las entrañas del mar ofrecen, obligando a organizarlas en un nuevo cuerpo estructurado; es ese trabajo de ida y vuelta entre dos formas de proceder aparentemente opuestas y, sin embargo, interrelacionadas, lo que termina constituyendo el vaivén sonoro que Pepe Gimeno refleja en sus partituras plásticas.
Más que mirar, pues, conviene escuchar lo que late en su obra. Es el sonido de los materiales pacientemente recogidos en la playa de Oliva (clavos oxidados y retorcidos, pedazos de madera, trozos de alambre, de plástico, corchos y tapones de botella), que junto al sonido del propio inconsciente (compuesto a su vez de restos que la memoria arroja sin miramientos), van dejando un rastro vinculado al lenguaje más primigenio. Ese que Pepe Gimeno explora en su trabajo, a mitad de camino entre el síndrome de Diógenes y la voluntad de Ulises por doblegar el canto de las sirenas. Lo orgánico al servicio de la poesía.